
Y aquí que tal.. El Bulli 2a parte
Hola a tod@s, el domingo os estuve hablando de mi visita a El Bulli pero no os expliqué la cena. Para mi ir al restaurante de Ferran Adrià empezó muchos meses antes y he querido transmitiros el torrente de emociones que supuso, de principio a fin. Entonces, qué, ¿nos ponemos a ello?
Como ayer os conté, nos encontrábamos en la puerta y una miríada de dudas se agolparon en mi cabeza. Si todo salía bien sería una de las cenas mas memorables de mi vida; si algo iba mal sería destrozar creencias e ilusiones de los últimos 14 o 15 años, el tiempo que hace que conozco el fenómeno Ferran Adrià. Así es que, con cierto temor, crucé la puerta y Lluis Biosca, uno de los maître, nos salió al paso. Después de decirle el nombre al que estaba la reserva nos hizo pasar a la cocina donde conocimos a Adrià, me hice una foto con él y mi madre no perdió la oportunidad de mencionar que yo era cocinero, cosa que permitió que al final de la velada Oriol Castro, el jefe de cocina, nos hiciera un tour por todos los rincones de la cocina.

Después de las presentaciones, pasamos a la terraza a hacer el aperitivo. Si hasta ahora la emoción me embargaba, aquí estallé y empecé a temblar en el momento en el que pusieron el cuarto de los aperitivos de todos los que nos sirvieron. Todo empezó con una fresa helada de Camparí, una pieza de bocado refrescante, con el amargor justo para empezar a activar el paladar e incitar la sensación de hambre. El siguiente cóctel que nos ofrecieron fue un mojito en forma de bocadillo, en este caso una flauta (de nube) con gelatina de manzana, ron y menta; la magia empezaba a fluir. De los siguientes aperitivos cabe destacar la empanada de alga nori tostada rellena de limón liofilizado y sésamo y el globo helado de gorgonzola, una pieza perfecta de forma esférica sin ningún tipo de fisura que debías romper y comer con celeridad o se deshacía en tus manos; aquí mi nivel de excitación era tal que empecé a temblar. El último de los aperitivos que nos sirvieron no fue otro que unos cacahuetes, en este caso unas esferas de cacahuete que mimetizaban la forma de estos. Mi primera esfera (después de un intento fallido de hacerlas en casa) me dejo un sabor agridulce: aunque estaba realmente buena, una parte de la espectacularidad estaba perdida dado qué mi cerebro sabía qué encontraría.

Espero que os esté gustando este viaje por mi memoria sobre el mejor restaurante del mundo y os invito a que volváis mañana con la penúltima entrada acerca de mi cena en El Bulli. Ya sabéis, participad y exponed vuestras ideas que siempre son bien recibidas.
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