
Hola a tod@s, hoy iremos un poco por faena que esto se esta haciendo muy largo y aún quedan entrantes, principales y postres, que no son pocos (unos 25).
Después de tomar el aperitivo en la terraza, con fantásticas vistas al Mediterráneo, pasamos al salón. Aunque fuéramos sobre aviso, el salón contrasta con la amplia cocina, luminosa y sin humos, debido a su anclaje al pasado. Su apariencia es la de un restaurante de butifarras con judías y no la de un lugar donde a veces no reconoces lo que comes pero se respira historia, una historia con la familia Schilling, Neichel o Fermí Puig en ella y eso no se puede dejar pasar. Y sin más dilación a lo nuestro.

Entrantes nos sirvieron 2 tandas, entre ellos para limpiar la boca y evitar que empezáramos la digestión nos sirvieron un tártar de tomate con esquirlas de hielo, simple pero efectivo. En la primera tanda, de los ocho hubo a mi parecer dos platos estrellas, uno muy conseguido y el resto muy correctos. Destacaron por encima del resto, por una parte, el canapé de jamón (en forma geleé) y gengibre, tanto por su presencia como por la delicadeza de sus sabores; y por otra, la Royal de tuétano con ostras (si no me equivoco una reinterpretación de uno de sus primeros clásicos), por su perfecto equilibrio y gran fuerza en su sabor.


La segunda tanda de entrantes se componía de interpretaciones de platos tradicionales de diversas regiones del mundo. Aquí encontré el único plato que realmente encontré horrendo, al igual que mi novia y mi madre, de todos los que nos sirvieron: el Tirmisú japonés, una crema de tofu sobre una gelatina caliente de soja. También en esta sección hubo dos de los mayores aciertos que fueron lo mismo pero diferente; el «cebiche» de almeja con cactus Kalanchoe y el cóctel de ceviche con almejas, dos platos que siendo lo mismo no sabían igual aunque ambos tenían una fuerza y personalidad muy marcada.


Entre lo que podríamos llamar los entrantes y los principales nos sirvieron otro plato intermedio similar al tartar de tomate, un granizado de gazpacho con ajo blanco. 5 fueron los platos elegidos antes de pasar a los postres y de ellos uno me llego al alma y otro me pareció espectacular. Al alma me llego el Nem Thai de pollo, un rollito de origen tailandés en el que comí el mejor pollo que he comido en mi vida. Para mi sorpresa el pollo tan solo era piel de pollo frita; con maestría, sin grasa sobrante, dorada y crujiente pero piel de pollo al fin y al cabo (es uno de los platos que recordaré toda mi vida). Espectacular encontré el avalone con panceta, algas y fideua, combinación maravillosa de texturas cremosas, crujientes y gomosas.
Otra vez me alargado más de lo que quería así que dejaré los postres y mis impresiones generales para mañana.
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