Ahora que se acerca el mes de agosto y la gran mayoría está apunto de partir a algún destino soñado, yo ya estoy de vuelta de mis vacaciones. Este año no he ido muy lejos, he viajado a uno de nuestro países vecinos, en concreto a Italia, y estrechando un poco más el círculo, a Milán y el lago Como. De Milán contaros que es como un gran centro comercial y sobre el lago… deciros que es un de lo parajes naturales que, como Cala Montjoi, te llegan al alma, te agarran y si pudieras te quedarías toda la vida contemplándolo. Pero como cada año, hoy lo que toca es explicaros algunas delicias gastronómicas de la capital de la moda.
La verdad es que el fin semana largo que pasamos en la Lombardía me han dejado preguntándome cómo es posible que siendo la punta de lanza de la gastronomía mundial, comparativamente en España se coma tan mal por 15 y 25 €. Si bien es cierto que la originalidad en Italia brillaba por su ausencia en las cartas de todos los restaurantes o trattorias que pisé, al pagar salía pensando que la relación calidad-precio era muy buena o excelente (en especial a nivel de servicio, algo que en España, en breve, se considerará un mito). En Barcelona, en concreto, lo más normal es que me indigne al pagar mediocridad a precio de oro en la mayoría de los locales.
Después de esta pequeña reflexión, me gustaría hablar de los tres restaurantes que más me impresionaron, mi fascinación por las heladerías o tiendas de gelatto y por último haré una reflexión más, esta vez sobre el café.
La Tratoria Bagutta no tiene perdida: es el único restaurante de la Via Bagutta y el que más le gusta de Milan a Paco, un amigo, y destaca sobre todo por esos aires a otra época, tiempos pasados. Aunque no he podido corroborarlo, estoy convencido que en su apogeo era el lugar de reunión de los intelectuales de la zona como sería el Moulin Rouge en París o Els Quatre Gats barcelonés. La carta más o menos similar a la de todas las trattorias donde la estrella es la cottoletta y el rissotto a la milanesa que hay sobre estas lineas.
El siguiente punto donde paramos en este viaje por la gastronomía italiana es Bellagio. Bellagio, a parte de ser uno de los casinos más importantes de Las Vegas (como todo aficionado a CSI debe saber) es una de las villas que pueblan las orillas del lago Como. El viaje hasta el pueblo es uno de los trayectos más espectaculares que he disfrutado en un coche, una larga y sinuosa carretera a la orilla del lago que te lleva hasta un bonito pueblo de calles estrechas y escaleras empinadas. Y en una de estas escaleras encontramos el Restaurante San Giacomo; en él disfrutamos de una comida tradicional en la que pude ver cómo estiraban y rellenaban mis raviolis de ricotta, aunque el plato que me llegó al alma esta vez fue el Osobuco. Quizás no fue el plato más bonito del mundo, pero la carne era sabrosa y tierna, la salsa de textura majestuosa y de guarnición, la mejor polenta que he comido en mi vida. No os puedo indicar la dirección pero seguro que preguntado llegaréis pues Bellagio es una villa realmente pequeña.
Para acabar con los restaurantes que me dejaron una huella especial, vuelvo a la capital de la moda. Después de unos días en Italia comiendo pasta, antipasti y diversos guisos, tanto a Ana como a mi nos apetecía comer una de las preparaciones más emblemáticas del país, UNA PIZZA. Para ello, nos acercamos a la recepción del hotel y preguntamos donde comer una buena pizza cerca de allí, la respuesta sin pensarlo fue la Maruzzella (curioso pues la pizzeria a la que suelo ir en Barcelona se llama igual). Situada en la Piazza Oberdan número tres, la Maruzzella es un pizzeria tradicional: horno de leña, excelente materia prima y cola de media hora para conseguir una mesa. Valió la pena la espera, Stefano, el jefe pizzero, se gano mi corazón no sólo con la pizza de burrata que me sirvió, sino porque durante la larga espera nos ofreció unos deliciosos pedazos de masa al horno con orégano, sal y aceite de oliva extravirgen que apaciguaron a la bestia y espoilearon una gran cena. Por cierto como ya os debéis haber imaginado, la foto que corona este post es de una de las pizzas de La Marruzzella. Está sin duda entre las mejores pizzas que he comido en mi vida, si no la mejor, con diferencia.
Para acabar con mi repaso de lo más destacado del viaje a Milano, no me puedo olvidar de mencionar dos cosas. La primera es la reverencia al café que profesan los italianos, cosa que se traduce en que encontrarás, en prácticamente cualquier bar al contrario que aquí, una buena marca de café, normalmente Illy o Lavazza así como un experto barista que se encargará de llevar a cabo con maestría cualquiera de los cafés que tienen en la carta. Suelen ofrecer entre cuatro o cinco variedades, algo más elaboradas que las nuestras, y que van desde el capuccino o su café con leche o bien el shakerratto, sobre estas lineas, que es su particular versión del café con hielo.
La segunda mención es para el helado, toda una religión en Italia. La gran mayoría de heladerías cuentan con un obrador propio que suele estar más o menos a la vista; es más, si no lo veis no os molestéis en probar su helado. Para empezar, la textura es más cremosa que la habitual en España y ésta se consigue manteniendo el helado a -12ºC en vez de los habituales -18ºC. Además, ofrecen mil y una formas de servirlos; a parte del tradicional cono, bajo estas lineas hay un video donde veréis cómo lo sirven, y la tarrina que se sirve con espátula. Pero si sois tan golosos como yo, no podréis evitar el sandwich que encabeza este párrafo: un brioxe abierto y relleno con helado, salsa de chocolate blanco y una galleta. De todas las heladerías que pisé, la que más me gusto fue Cioccolatti Milano, en la calle que está a la izquierda de las Galerias Vittorio Emanuelle, y que desemboca en el Duomo de Milan.
Espero que os hayáis animado a pasar unos días en Milán, aunque sea tan sólo para descubrir su magnífica gastronomía.
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