El pasado mes de agosto, como la mayoría de vosotros, estuve de vacaciones. Este año con Ana nos animamos a coger el coche para ir desde Barcelona hasta la Toscana. Como siempre no tengo claro si viajo para ver piedras o para comer de forma diferente a la habitual, o un poco de ambas. El viaje me ha dejado con algunas ideas que me gustaría compartir con vosotros.
Lo primero y más importante es que en Italia se come estupendamente. Al contrario de lo que pasa en Barcelona daba igual que fuéramos a un sitio turístico, a la trattoria del pueblo o a un restaurante de diseño. Y después de meditarlo mucho creo que el principal motivo para esto es el respeto. El respeto por el producto en su forma más pura. Para poneros un ejemplo, nuestro aperitivo clásico era una bruschetta, una tostada con tomate natural a dados y aceite de oliva en su forma más simple, con estos elementos sólo hay una forma de conseguir la excelencia y es un buen producto. No sirven panes precocidos, aceites que no sean extravirgenes de primera prensada o tomates sin sabor. Mientras tanto en centenares de restaurantes de Barcelona si pedimos pan con tomate nos traen pan mediocre con tomate rallado sin sabor y aceite de oliva suave. ¿Alguien me puede decir que significa eso? Yo creo que podemos hacerlo mejor.

Otra de las cosas que más me ha turbado es que da igual donde vayas, todos los restaurante ofrecen lo mismo y llevan años haciéndolo. No hablo de las modas gastronómicas que hacen que todos los restaurantes de BCN tengan cochinillo, secreto o como ahora lo que mola sean las tapas o las hamburguesas cada tres pasos haya un local que las ofrezca. Me refiero a que todo el mundo tiene la misma estructura en la carta, antipasti, pasta, carne y pizza, y que los platos son pastados de un sitio a otro. Antipasti los mismos, en la pasta podía variar la forma pero las salsa o acompañamientos los mismos, si no vi siete rissotos de albahaca y pecorino no vi ninguno. No digo que las Osterias y Trattorias empiecen a hacer espumas, esferas y aires pero seguro que dentro de su acercamiento tradicional podría haber algo un poco diferente. Algo parecido a lo que ocurrió en Japón donde hay bares de sushi que especifican que no hacen California Rolls porque eso no es sushi.
Y por último, el Tiempo. Yo soy de los que cuando como en un restaurante no suelo tener prisa, y a menos que sea algo clamoroso no digo nada por esperar entre un plato y otro. Pero cuando la espera ocurre cada vez que me siento a la mesa, me hace pensar que es algo cultural. La espera entre platos o incluso antes del primer plato en Italia llega a ser de media hora. Estoy completamente a favor de empezar las cocciones de rissottos y pasta desde cero, pero no entiendo que una comida se alargue hasta la hora y media o dos horas por esperar sin estar comiendo entre platos, ¡¿que no saben qué es marchar un plato?! Así que cuando viajéis por la Toscana, no puedo hablar de otras zonas, tomároslo con calma.

Y una de regalo, los embutidos. Una de las cosas en las que creo que Italia está a años luz de España es en el embutido. En España parece que el jamón es el único embutido que tiene cabida en la restauración, mientras que en la Toscana la mayoría de las osterías tienen un mostrador tipo charcuteria relleno de salamis, jamones, copas, mortadelas o bresaolas y en todos los restaurantes ofrecen selección de estos. El respeto por estos embutidos es tal que es fácil encontrar pequeños establecimientos de paninis donde comprar bocadillos de embutidos artesanales a un precio irrisorio.

Como siempre hay cosas que me traería de Italia, como el respeto y la sencillez a la hora de elaborar comida y algunas que intentaría llegar a un punto intermedio entre nuestras costumbres y las suyas, como esperar algo más, que en España hay veces que antes de levantarte el plato ya te están trayendo el siguiente.
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